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VISPERAS DE ESPERANZA


VÍSPERAS DE ESPERANZA
EL DIA 18 DE DICIEMBRE BESAMANOS A NUESTRA SEÑORA MARIA SANTISIMA ESPERANZA "MACARENA"

Ya empieza a hormiguearme el alma. Es una trémula alegría que va expandiéndose, como una pandemia de gozo, por las entrañas del corazón, a recorrer los vericuetos sentimentales que merodean y colman todas las arterias por donde circulan las más arraigadas emociones. Es difícil llegar a concretar en palabras el torrente de excitaciones que viene arrastrando esta inundación de amor, este clamor que nos hace esclavos de la luz de sus ojos, esa tiranía que llega soslayada en su inminente acercamiento. 
Viene esta luz parduzca, de las medianías de diciembre, preñada de recuerdos y sensaciones y que sólo se sienten cuando se vocifera, desde los alminares y torres de la muralla, la certificación gloriosa de la aparición de la Virgen. 
Es el relato de una brisa absorta que ha rozado los aleros del templo y que promueve la alteración de los ritmos cotidianos, que los destroza cuando pronuncia su nombre, que sorteando las aristas de las esquinas, doblegando las inquietudes amorosa que comenzaban a intranquilizarse porque el tiempo era la cuerda que desde el arco se tensa para lanzarse contra el dolor y el desaliento. Es el cántico de las salmodias que vienen arañando las madrugadas para formular la mayor y mejor protestación amorosa de gente que acude, a riadas, hasta la casa donde se ofrece la mano que acopia la gran verdad, que retiene el candor y el perdón y que basta la ofrenda de un roce de los labios para sanear el alma. 
Es la efervescencia de los sentidos la que emergerá de lo más profundo de nuestro espíritu para sorprendernos, ensobradas en los silencios y las penumbras que favorecen el recogimiento, el acercamiento místico de la certera presencia de la Virgen entre nosotros. Es la contradicción de la pena lo que se aparecerá para empequeñecer los males que quieren cercarnos, que intentan vencer la debilidad humana sin saber que se enfrentan a La que reina en la claridad, La que establece los parámetros de la bondad, La que insufla la más hermosa vitalidad, ésa que con sólo pronunciarla despeja los caminos y fortalece los corazones. 
Llegaremos rendidos, extenuados, cansados, vencidos. Los caminos de la vida son sendas de dolor que se contraen apenas en el horizonte comienza a vislumbrarse la silueta de la espadaña que eleva desde la memoria, que recupera la sensación de victoria ante la cercanía. 

Recorreremos los espacios para vencer la temeridad que provoca el deseo de renacer, de ensalzar las magnificencias de un sueño, de postrarnos humildes ante la grandeza expuesta, ante el nuevo magníficat que se proclama desde la leve abertura de los labios que primero besaron la frente del Niño que nació para vencer a la muerte, para redimir a los hombres. Palabras de amor que sólo se pueden oír cuando se depositan en los baldes de la emoción, cuando sedimentan y reposan en la serenidad que se cobija en el alma. 

Ya ha comenzado la revolución de la nueva vida, ya se están alterando la firmeza, ya se está disolviendo el aplomo que no empeñamos en mantener ignorando que las fuerzas, a las que nos enfrentamos, no son de este mundo, que esta milicia unipersonal que se asoma al perfil de su semblante, rostro sin mácula que condensa toda nuestra admiración, es capaz de hacer sucumbir a los ejércitos de la voluntad. 
Todo se rinde ante Ella, todo sucumbe ante su esplendor -¿quién puede mantenerle la mirada sin derrumbarse, sin caer estrepitosamente?-, todo se transforma cuando osamos enfrentarnos a su mandato, a la revelación de su gran mensaje, el que derrota al tiempo, el que esclaviza los siglos y los condena al amor. 
Ya va revolviéndose en mí el ansia, ya sólo me queda esperar que se aposente y remanse el espíritu cuando aparezca su gloriosa, inmaculada y portentosa efigie para certificarnos la existencia de Dios, la concreción de la Verdad que guardó en sus regias entrañas. Porque falta muy poco, apenas la balada de un suspiro atravesando la densidad del orante silencio, para que la Virgen dé presencial testimonio de la implantación de la Esperanza en el corazón de los hombres. 
Por Antonio García Rodríguez

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